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Penelope Spheeris dirigió The Decline of the Western Civilization entre diciembre de 1979 y mayo de 1980, centrándose en algunas de las principales bandas de punk del momento en Los Angeles. En el período recogido por esta película, el punk todavía no se había revelado como una forma de ganar dinero para las grandes compañías, por lo que las imágenes aquí recogidas son una oportunidad de oro para observar una escena sin casi ninguno de los filtros distorsionantes que la industria musical impondría sobre el punk y el hardcore para domesticarlos pocos años más tarde. Lo que aquí se ve es, en gran medida, un asunto de unos pocos: las bandas y el público sobre todo, pero también unos cuantos dueños de clubs, editores de revistas y managers. En cuanto a la prensa, la atención se centra exclusivamente en el fanzine Slash, de la que se nos cuenta cómo creció de las mil copias iniciales en el 77 a las 20.000 copias del momento de la entrevista, demostrando la vitalidad del movimiento.
Una crítica que se le ha hecho repetidamente a este documental, sin embargo, es que ofrece una visión parcial y forzada de la escena punk de Los Angeles, en la que tanto bandas como público aparecen como una pandilla de niñatos violentos. Lo cierto es que en el segmento de Black Flag a Greg Ginn casi ni se le oye hablar, y eso que él es claramente el personaje más interesante y con más cosas que decir de los que aparecen en toda la película. Las críticas se dirigen, sobre todo, a la fijación de la directora por retratar la violencia en los conciertos filmados, especialmente en lo que respecta al pogo, al que se dedican numerosos planos que demuestran la fascinación de la directora por este aspecto del punk por encima de cualquier otra cuestión relacionada con el contexto social, por ejemplo. Esta es una cuestión peliaguda, ya que por una parte es evidente que esas imágenes dicen mucho acerca de la energía y vitalidad de estas bandas, pero por otra es inevitable que de esta manera esté reduciendo a esta música a un estereotipo sin ninguna base social o política.
De todos modos, esta película cuenta con un montaje muy dinámico y efectivo que la hace muy entretenida, algo que no siempre ocurre en los conciertos filmados. Por ejemplo, en la escena inicial, mediante un montaje paralelo se van alternando las distintas bandas que luego veremos actuar en directo leyendo el comunicado por el cual los asistentes a esos conciertos aprueban ser filmados, una escena muy original para comenzar la película y presentar a las bandas. En cuanto a las grupos, abren el documental Black flag -sin Henry Rollins, que se incorporaría más tarde- y que demuestran ser los que más claras tenían las ideas sobre qué estaban haciendo y por qué. Muy buenas las imágenes de la iglesia que tienen semi-okupada y, por descontado, muy bueno su directo. De The Germs, destacar la actitud confrontacional del cantante en sus conciertos, que contrasta con la secuencia de éste preparando una comida en su cocina (sorprendentemente ordenada y tranquila), aunque se les presenta como unos niñatos colgados. También aparece la manager del grupo hablando de lo mucho que les cuesta conseguir conciertos debido a la actitud sobre el escenario del cantante. Luego aparecen Catholic Discipline, cuyo líder es el jefe de la revista Slash, con el toque de originalidad que les daba el hecho de que el cantante fuese francés . La sección dedicada a X comienza con una gran “x” envuelta en llamas, a ellos se les ve más preocupados por su propia imagen, aunque esto es algo engañoso, hay que preguntarse hasta qué punto la directora jugó en el montaje a subrayar un solo aspecto de cada banda, que en ocasiones es la sensación que uno tiene. Los estupendos Circle Jerks también aparecen con un público especialmente inquieto, pero me llevé la gran decepción al comprobar que no hay entrevista con ellos, de todos modos, al final de esta entrada pueden ver un vídeo con su sección en directo para esta película. Tampoco hay entrevistas con las dos bandas restantes: los resultones Alice Bag Bang, que son los más oscuros y arties del lote y la traca final que son Fear y su incendiaria y altamente ofensiva actuación, provocando además un altercado. No cabe duda de que el gran valor de esta película reside precisamente en estas actuaciones, capturadas cuando muchas de estas bandas ni siquiera tenían contrato discográfico, y en un momento en el que el hardcore se estaba formando.
Un punto final a favor de este documental es lo que dice también Simon Reynolds acerca de que gran parte de la crítica se limita a hablar de un disco o una banda en concreto sin llevarlo al contexto de la escena musical o al contexto socio-histórico. Spheeris sí que hace esto, y el conjunto de este documental sale beneficiado de ello, pues uno acaba de ver esta película y tiene una idea más o menos clara acerca de que en Los Angeles en ese período había una red de bandas y clubs dispuestos a organizar los conciertos y revistas que cubren la escena, aunque una mayor atención al contexto social y político no hubiesen sobrado. Teniendo en cuenta esto, casi podemos pasar por alto el que la mirada de fascinación hacia el público por parte de la directora esté apoyada en estereotipos que parecen negar al punk angelino cualquier significado más allá de la energía bruta que vemos en estas imágenes. Aunque, en compensación, hay que elogiar decisiones como la de usar subtítulos para las canciones, que no solo sirve para entender lo que cantan las bandas, sino también para poner de relieve sus letras.
En definitiva, una película que hay que ver por las actuaciones, una auténtica joya y un raro caso de documental musical rodado justo en el momento adecuado, ahorrándose de este modo el incómodo filtro de la nostalgia que lastra tantas y tantas películas musicales.
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