miércoles, 15 de julio de 2009

Crimen organizado a las puertas del Vaticano



En 1969, el Papa Pablo VI, presionado por el Gobierno italiano para que pagara impuestos, decidió vender gran parte del patrimonio empresarial del Vaticano. Deseaba también evitar situaciones embarazosas, como explicar la propiedad de los Laboratorios Sereno, una industria que fabricaba píldoras anticonceptivas.


A fines de los años ’60 y comienzos de los ’70, convergieron en Italia al menos cinco organizaciones que, con distintos fines, dieron forma a una poderosa estructura criminal cuyas complejas ramificaciones políticas y económicas aún permanecen en la más densa oscuridad. Los protagonistas fueron la Mafia ítalo-norteamericana, la logia masónica Propaganda 2 (P-2), la CIA, el Partido Demócrata Cristiano de Italia y varios de los más encumbrados habitantes del Vaticano.
La trama tiene orígenes diversos y remotos, pero es posible ubicar un punto de inflexión en el otoño europeo de 1964. En algún lugar de los montes Apeninos, en una mansión vigilada por cámaras de televisión y guardias armados, 12 hombres vestidos de esmoquin, con sus cabezas cubiertas con capuchas de seda negra, flanqueados por grandes retratos de Hitler, Mussolini y Perón, esperan el inicio de una ceremonia ritual que dirige un sujeto canoso, el único con la cara descubierta.


Un desconocido ingresa al gran salón. Lleva capuz pero sus ojos están tapados. Jura ser fiel al grupo y no revelar sus secretos. Los iniciados entregan un sobre cerrado y depositan una gota de su sangre en un frasco de cristal. El celebrante extrae de los sobres las fotografías de cada uno de los asistentes y las deposita en un recipiente de oro. Agrega la del recién llegado y una gota de la sangre ya mezclada sobre los retratos, sellando el pacto suscrito.

En las fotografías aparecen, entre otros, Vito Miceli, general del Servicio Secreto de Información Italiano (SID); Carmelo Spanuolo, juez de la Corte Suprema y primer fiscal de Milán; Raffaele Giudice, jefe de Carabineros de Hacienda; Ugo Zilletti, jefe del Consejo Supremo de los Magistrados de Italia; Joseph Miceli Crimi, cirujano jefe del Departamento de Policía de Palermo; Roberto Calvi, administrador del Banco Ambrosiano, y Antonio Viezzer, coronel del SID.



El recién iniciado es Michele Sindona, banquero que desde 1957 lava el dinero obtenido del tráfico de heroína por la familia Gambino, cabeza de la Mafia de Nueva York. El sujeto de rostro descubierto es Licio Gelli, el gran maestro, el “Naja Hannah” (Rey Cobra) de la organización. Los conjurados integran el núcleo principal de la logia masónica Propaganda 2, creada por Gelli para oponerse a la creciente influencia del Partido Comunista Italiano, el más activo de Europa, y actuar como dique ante la ola izquierdista que invade América Latina.

Gelli, nacido en 1919 cerca de Florencia, había combatido muy joven junto a los franquistas en la división italiana de los “camisas negras”. En 1940 se enroló en el Partido Nacional Fascista y dos años después viajó a Albania, donde se transformó en el hombre de confianza del secretario de los fascios italianos en el exterior. En 1943 adhirió a la República Social Italiana y constituyó en su tierra natal uno de los primeros fascios republicanos. También fue oficial de enlace de la SS alemana, interrogando prisioneros ingleses y cazando desertores. Concluida la guerra fue condenado a dos años y medio de cárcel. En marzo de 1946 recuperó su libertad y comenzó a trabajar en comercio minorista, y al año siguiente consiguió pasaporte a Francia, España, Suiza, Bélgica y Holanda, donde amplió sus negocios y contactos. Se inscribió sucesivamente en la Democracia Cristiana, en el Partido Monárquico y en el Movimiento Social Italiano. Acosado por la policía, viajó a Argentina, donde gobernaba Juan Domingo Perón.

Gelli regresó a Italia en 1960 e ingresó a la Orden Masónica de la Francmasonería, conocida como el Gran Oriente. En 1962, como ejecutivo de la empresa Permaflex, gestionó una masiva venta de colchones para los ejércitos de la OTAN. Sus vínculos con jefes militares, políticos y empresarios aumentaban. En 1967 se radicó en Arezzo, como ejecutivo de la Colchonería Dormire y se convirtió en uno de los principales agentes de la “Operación Gladio”, un plan de la CIA para impedir la expansión del comunismo en Europa y que dirigía el general Alexander Haig, antiguo comandante en jefe de la OTAN.

Gladio forjó acuerdos entre la Mafia y ciertos funcionarios de la Curia vaticana, reclutó a neofascistas para atentados que se atribuían a la izquierda y repartió miles de millones de liras entre los partidos políticos y la prensa.

En los salones vaticanos



En 1973, Perón retornó a la Argentina. En el chárter de Alitalia que lo condujo a Buenos Aires iba también Gelli, quien asistió a su ceremonia de asunción y recibió la Orden del Libertador San Martín, en el grado de Gran Cruz. La P-2 se consolidaba en el país transandino. Entre sus hombres destacaban “El Brujo” José López Rega, el canciller Alberto Vignes, el almirante Emilio Massera y el general Carlos Suárez Manson.

En 1974 surgieron por primera vez indicios de las operaciones de Gelli con el terrorismo de ultraderecha y del financiamiento masónico a las vanguardias de la subversión neofascista.

En gran maestro de la P-2 entraba y salía de Hungría, Rumania, Libia y diversos países de Europa y el Medio Oriente. Gestionaba millonarios contratos para Argentina y otros países, proveía de armas a los árabes, a las dictaduras militares y a guerrillas izquierdistas. De todo ello obtenía jugosos dividendos. Operaba en secreto desde una habitación de un hotel en Roma, y desde allí adquiría costosas villas y haciendas en el norte de Italia, en Mónaco y en Sudamérica, pero además –y eso era lo decisivo– acrecentaba la fuente de su poder: el acopio y el manejo de información.

Fue en ese momento en que Gelli se acercó al Vaticano a través del cardenal Paolo Bertoli, un viejo conocido de la región de Toscana. Conoció a los cardenales Sebastiano Baggio, Agostino Casaroli, Ugo Poletti y Jean Villot, entre otros, quienes le facilitaron el acceso a una serie de audiencias con Pablo VI. El jefe de la P-2 añadió glamour a su figura consiguiendo que se le nombrase caballero de la Orden de Malta y caballero del Santo Sepulcro.

La P-2 había nacido en Italia a principios del siglo XIX, cuando se fundó la Sociedad Secreta de los Carbonari, logia similar a la masonería, donde militaban francmasones, militares y mafiosos. Lucharon contra Napoleón, reclutaron miembros para combatir por la independencia de Grecia e influyeron en España. Pertenecer a los Carbonari involucraba aceptar reglas implacables. Cualquier miembro que violase los secretos de la logia tendría una muerte segura y violenta, era la ley del silencio, la omertá.

Desde 1960, cuando Gelli vislumbró que una sociedad similar le permitiría lograr sus fines, planificó cuidadosamente su asalto al poder. La estrategia constaba de tres partes: primero debía conseguir el apoyo de jefes militares; el paso siguiente era provocar el caos económico en Italia, para lo cual organizó una sostenida fuga de capitales que convertía a dólares en el exterior, retornándolos al país para adquirir industrias y volver a sacar los beneficios en un círculo creciente hasta lograr el quiebre de la balanza de pagos. La última etapa, casi simultánea, consistía en fomentar la violencia política para crear el caos y convencer a los italianos de la necesidad de reimponer el orden, con una autoridad fuerte y centralizada, lo que él llamaba la nueva era del fascismo.

Tres hombres serían sus principales apoyos: Humberto Ortolani, Michele Sindona y Roberto Calvi.

Ortolani, abogado, jefe del contraespionaje italiano durante la Segunda Guerra Mundial, amigo íntimo del secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Agostino Casaroli, anfitrión de una veintena de cardenales que se reunieron los días previos al cónclave que eligió a Pablo VI, caballero de Su Santidad, era el brazo derecho de Gelli.

Sindona, formado por los jesuitas, rey del mercado negro de alimentos durante la Segunda Guerra Mundial, lavandero de los fondos provenientes del tráfico de heroína que dirigían Vito Genovese y Carlo Gambino, había adquirido su primer banco en 1959 (ver capítulo II: Las redes de la Mafia). Después de incorporarse a la P-2, en 1964, compró otros seis bancos en Italia, Alemania, Suiza y Estados Unidos, logró el control de CIGA, la mayor cadena de hoteles de Italia, el Grand Hotel de Roma, el Hotel Meurice, de París, el diario “Daily American”, de Roma, y al menos otras 500 sociedades.



Presiones fiscales

En 1969, el Papa Pablo VI, presionado por el Gobierno italiano para que pagara impuestos, decidió vender gran parte del patrimonio empresarial del Vaticano. Deseaba también evitar situaciones embarazosas, como explicar la propiedad de los Laboratorios Sereno, una industria que fabricaba píldoras anticonceptivas. La operación era compleja y el Pontífice eligió al empresario del momento, el hombre que le pareció ideal: Michele Sindona. A su lado puso al cardenal Paul Marcinkus, presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), la verdadera caja fuerte del Vaticano.

La primera gran operación financiera fue la venta de la Societa Generale Immobiliare (SGI), nave insignia del tramado empresarial de la Santa Sede. Sus acciones fueron transferidas al Paribas Transcontinenal de Luxemburgo y de allí a Fasco AG, compañía fundada por Sindona para administrar los dineros de la Mafia. El paso siguiente fue invertir la liquidez del Vaticano en multinacionales como Procter & Gamble, General Motors, Westinghouse, Standard Oil, Colgate, Chase Manhattan y General Food, entre otras.

Casi como una ironía de la historia, en 1970 la SGI adquirió la mitad de Paramount Pictures, ingresando al negocio de Hollywood al mismo tiempo en que la compañía empezaba el rodaje de “El padrino”. Buena parte de los ingresos percibidos por las tres películas sobre los Corleone engrosaron las arcas de uno de los mayores entramados financieros de la Mafia.

En mayo de 1972, Sindona enfrentó una crisis financiera, y Gelli, para quien “las puertas blindadas de los bancos se abren siempre hacia la derecha”, acudió en su ayuda. Tapado el escándalo hubo que devolver el favor, y pronto las arcas del Vaticano se transformaron en la lavandería de los dineros negros de los negocios de la P-2, de la Democracia Cristiana y de la Mafia. Los fondos eran captados por el banco y sociedades del Vaticano y transferidos por Sindona a cuentas secretas del Finebank y del Amincor, dos bancos suizos que controlaba él mismo y que eran propiedad de la Cosa Nostra estadounidense.

El soporte de estos negocios estaba en Sicilia, donde las tres principales instituciones de entonces en Italia monopolizaban el manejo del miedo: la Mafia, con sus luparas (escopetas con el cañón recortado); la Iglesia, blandiendo la ira de Dios, y la Democracia Cristiana, amenazando con la llegada del comunismo.



Escape hacia Argentina

El 8 de octubre de 1974 se inició la debacle. El Franklin National Bank de Estados Unidos, propiedad de Sindona, sufrió el mayor colapso financiero en la historia norteamericana, y el Gobierno debió responder por pérdidas que sobrepasaron los dos mil millones de dólares.

Italia ordenó el arresto de Sindona, quien huyó a Estados Unidos, mientras se desmoronaban las empresas de su imperio y las pérdidas del Vaticano bordeaban los mil millones de dólares. La Santa Sede recurrió entonces a un nuevo gestor, Roberto Calvi, quien pertenecía al Banco Ambrosiano desde 1947. Allí a nadie se le daba una cuenta corriente sin que exhibiera su certificado de bautismo. Su prestigio era intachable e incluso había sido nombrado Cavaliere del Lavoro por el Presidente Giovanni Leone. Muy pocos sabían que era el tesorero de la P-2.

Ocho años después, Calvi experimentaría el mismo trance que Sindona. Huyendo por Europa mientras intentaba conseguir armas para Argentina, en plena guerra de las Malvinas, apareció colgado de un puente en Londres.

En 1981 estalló el escándalo en Italia. Durante un allanamiento a las oficinas de Gelli en Arezzo, la policía confiscó archivos donde figuraban 962 presuntos miembros de la P-2, entre ellos dos ministros, cardenales, banqueros, altos mandos de las Fuerzas Armadas, la policía y los servicios secretos, magistrados, fiscales y otras personalidades. Gelli huyó con rumbo desconocido y el Gobierno de Arnaldo Forlani cayó, mientras la península Itálica se sacudía hasta sus cimientos.

Un año antes, 85 personas habían sido destrozadas en la estación ferroviaria de Bolonia, en un ataque organizado por Gelli como un intento de desviar la atención ante la eventual caída de su red financiera. Los ejecutores de la masacre fueron llevados desde Bolivia. Dos de ellos –Pierre Luigi Pagliai y Stefano delle Chiaie– eran conocidos integrantes de la manada de lobos negros de la ultraderecha internacional, usados más de alguna vez por los gobiernos militares de Argentina, Chile, Bolivia y Paraguay (ver capítulo V: Los novios de la muerte llegan a Bolivia).

En septiembre de 1982, Gelli fue arrestado en Ginebra cuando, con una identidad falsa, intentaba sacar de una cuenta secreta 100 millones de dólares depositados por las filiales sudamericanas del Banco Ambrosiano. Conducido a la prisión de alta seguridad de Champ-Dollon, escapó en agosto de 1983, poco antes de ser extraditado a Italia. El 21 de septiembre de 1986, Gelli reapareció en el Palacio de Justicia de Ginebra, flanqueado por cuatro abogados. El juez Pierre Trembley, que lo recibió, declaró luego que se le veía agotado, “en el límite de sus fuerzas”.

“Il Corriere della Sera”, el mayor diario italiano, reveló que el escape de Gelli desde Champ-Dollon contó con el apoyo de la Unión de Bancos Suizos (UBS). Según el periódico, un grupo de agentes del FBI y de la DEA armaron un tinglado financiero en Luxemburgo y en el Caribe para seguir las huellas del dinero de la Cosa Nostra hacia los paraísos fiscales. La UBS organizó la fuga y la salida de Gelli hacia Argentina para evitar que se descubrieran otras cuentas secretas, aseguraron los agentes del FBI.



Muerte súbita

En agosto de 1978, un ataque al corazón terminó con la vida de Pablo VI. Pocos días después, contra todos los pronósticos, Albino Luciani, patriarca de Venecia, fue elegido Papa y tomó el nombre de Juan Pablo I. “No tenemos bienes materiales para negociar ni intereses económicos que defender”, dijo el nuevo Pontífice a los representantes del cuerpo diplomático cuando fueron a felicitarle por su elección.

El 27 de agosto, Juan Pablo I cenó con el cardenal Jean Villot y le pidió una rápida investigación sobre las operaciones financieras que llevaba adelante el Vaticano. Le preocupaba mucho lo que ocurría en el Instituto para las Obras de Religión, que dirigía el cardenal Marcinkus. Una semana después, Luciani examinó los primeros datos que había pedido y algunos cardenales le pusieron al tanto de lo ocurrido en los últimos años.

El 5 de septiembre, Juan Pablo I recibió a una de las mayores autoridades de la Iglesia Ortodoxa, el metropolita Nicodemo de Leningrado. Ambos se sentaron a tomar café, pero tras el primer sorbo Nicodemo cayó al suelo y murió casi al instante. La versión oficial señaló que había sufrido un infarto. Tenía 49 años y una muy buena salud.

Tres semanas después, el 28 de septiembre de 1978, apenas 33 días después de haber sido elegido, falleció sorpresivamente Juan Pablo I. No hubo autopsia y hasta hoy se desconocen las razones de su muerte. Los secretos del Vaticano nuevamente estaban seguros. LND