Con dinero estatal se nos quiere convencer a los chilenos de que la marihuana hace muy mal, siempre, y a todos por igual. Es un tema que científicamente está en discusión en todo el mundo, pero para nuestro Ministerio del Interior y su sección Conace dedicada al tema de las drogas, las cosas están claras.
La publicidad oficial muestra a un adolescente embrutecido por el consumo de esta planta. El muchacho está muy tonto y quiere volver a ser inteligente. Muchos de quienes hemos fumado ocasionalmente algo de cannabis, aunque lo hayamos hecho tímidamente y con la fortuna de no haber quedado atrapados en las fauces de la adicción, conservamos el recuerdo de una sensación de paz, unida a una favorable predisposición a la voluptuosidad. Quizás después de esas gratas experiencias hemos quedado un poco más idiotas, es probable, pero la verdad es que no hay mucho que decir en contra de lo vivido.
Seguro que la marihuana puede hacer mal, o pésimo, porque habitualmente se fuma y los humos vegetales no le sientan bien al pulmón. Es más, todo lo que ingerimos corre peligro de transformarse en una adicción diaria -por ejemplo el desayuno o el postre son claramente adictivos-, y cada sustancia en dosis imprudentes, sea droga o no lo sea, tiene la capacidad de destruirnos. El exceso de pan o de patas fritas da como resultado la obesidad mórbida, los caramelos destruyen los dientes, los filetes obstruyen las arterias y los jugos con anilinas depositan quizá qué sustancias en nuestras vísceras. Todo hace mal, todo hace bien, según cómo y depende de quien se trate. Hay efectivamente, mucha gente joven o no tan joven destruida por la droga dura o blanda o semidura, y son casos terribles. Es como manejar un auto: cada fin de semana sabemos de tragedias. Es preciso andar con mucho cuidado. Sólo que las víctimas de los autos se consideran dentro del segmento "accidentes"; en cambio las víctimas de las drogas se deberían a la maldad misma de la droga.
En fin, lo más sensato sería que cada cual se cuide mirando lo que le conviene y lo que no. Pero existe este empeño en cuidarnos a todos desde una óptica de Ministerio de Interior y a golpe de prohibiciones, y eso que conocernos a todos los 16 millones de chilenos y chilenas en nuestra especificidad orgánica individual es bien difícil, por no decir imposible. Muchos estamos convencidos de que estos desvelos de la autoridad constituyen una intromisión inadmisible, una ordinariez. Son las típicas políticas públicas aplicadas a la vida privada que parten de la falsa base de que somos todos idénticos, y se esfuerzan por obligar o estimular de modo parejo a actores que son diferentes entre sí.
El mercado o la publicidad son más respetuosos, y parten de la base de que hay nichos, grupos, estratos. En fin, hace rato que sabemos cada uno de nosotros que tenemos que seleccionar con el debido cuidado nuestras ensaladas, tragos, amistades y lecturas, sin necesidad de que desde un ministerio nos digan qué cosa debemos meternos en el cuerpo o en la cabeza. Vaya pretensiones.
Nos preguntamos si la droga dura de nuestro Chile no será, más que una u otra sustancia, aquello de la parentela. La estupenda María Teresa Chadwick es la dama concertacionista a cargo del Conace, y se desempeña con la mayor eficiencia. No logramos encontrar su curriculum vital en internet, y por ello resulta difícil saber si ella está allí por tener un master mundial en drogadicción juvenil, o por ser la señora del ministro Viera-Gallo, excelente persona y político moderado. Pero además ella es, por cierto involuntariamente, hermana del senador Chadwick de la UDI y del señor Chadwick de las autopistas que fue anteriormente alcalde, y prima de los Piñera que son algunos de ellos importantes figuras pinochetistas, o líderes de la derecha no pinochetista (la hay, aunque tenue), o funcionarios concertacionistas todoterreno. Los Piñera, a su vez, todos muy inteligentes, son Piñera Echenique, emparentados con los carismáticos Valdés Subercaseaux y con los muchachos Walker, cancilleres y diputados, muy capaces ambos y parientes a su vez de los Pérez Walker, gente de notable peso político y diplomático. Además, la señora Chadwick es madre de una chiquilla Viera-Gallo muy atractiva que fue candidata no electa a concejala. Y eso es lo que se ve a simple vista, que seguro que hay más ramitas y raíces en esta hidroponía de la política entendida como vocación de familia. Así blindada, la señora Chadwick es indestructible. Parece evidente que en asuntos de adicción y toxicomanía lo sensato es dejar de lado nuestra propia experiencia y no hacer caso de los datos científicos ni de lo que se discute en otros puntos del planeta. A una trenza de personalidades de tal categoría no es posible oponerse.
Y es que somos adictos en Chile, más que a cualquier cosa que se pueda esnifar, inyectar o fumar, a las familias de toda la vida, a la endogamia política y económica, a la gente que podemos ubicar, a los apellidos adecuados: esa es nuestra droga dura nacional. Ahí sí que hay un vicio extendido, una drogodependencia muy difícil de detectar y destruir incluso para organismos técnicamente tan capacitados como la DEA norteamericana. Los que no somos Chadwick ni Subercaseaux ansiamos tener uno en la casa, o en el barrio, y eso, aparte de que no es posible, no debe ser bueno para la salud.
¿Por qué no lanzar una campaña con fondos públicos que advierta a los ciudadanos de los peligros de que se nos llenen las reparticiones estatales de ilustres cuñados, hijas, esposas, hermanos, primos y consuegras? Es natural reconocer los méritos de quienes nos precedieron: esa es una de las razones de que ciertos apellidos tengan más prestigio que otros. Pero, como pasa con la droga, los daños o beneficios que nos causan los funcionarios públicos debieran valorarse no por simplificaciones como el pertenecer o no a una red de consaguinidades, sino caso a caso, por los hechos, atendiendo a la realidad y no a nuestros prejuicios.
martes, 11 de noviembre de 2008
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